ESTAMPA FAMILIAR

Le voy a regalar una silla a mi padre. Mi padre tiene una casa grande, sin jardín. Es una casa grande, pero no tiene jardín.

Le voy a comprar una silla a mi padre. Se va a sentar en su silla nueva todas las tardes del resto de su vida. Va a sacar el periódico, mi padre, su pinchito de jamón, su cerveza sin alcohol. Se va a comer su merienda y va a beberse su cerveza en la silla nueva que le voy a comprar,
a mi padre.

En un momento dado, justo media hora antes de que se ponga el sol, mi padre se acordará de sus tiempos felices, tiempos de juventud. Mirará hacia atrás con añoranza y sentirá rabia e impotencia por tener que estar comiéndose su merienda solo, en su casa grande y silenciosa, sentado en la silla que le regaló su hija, esa desconocida con la cara de su hermana y llena de canas, y deseará de repente sacar la escopeta de caza que le regaló su hijo, esa bendita réplica de sí mismo con treinta años.

Sacará su escopeta mi padre, con las migas de pan todavía en el jersey, y apuntará hacia el cielo, apuntará a las palomas, a las gaviotas, a las golondrinas, a los abedules, a los robles, a las flores, a los ríos, a los matojos y a los niños. A las madres y a los gilipollas.

Le voy a comprar una silla a mi padre. O mejor aún, una silla y cincuenta cajas de balas de plomo.

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