RETRATOS III

Ricardo no tiene sabor. Ricardo llora. Recuerda Ricardo. Sólo quiere que se vayan, que no vuelvan. Los dedos recorren cuero cabelludo. Se han convertido en parte de su cabello. Las uñas roen como pequeñas alimañas buscando respuestas, sólo responden sangre y pústulas. Parece que a Ricardo le consuela encontrar retazos de piel seca entre sus dedos, trozos de sí mismo que son liberados y se llevan parte de su tormento.

A veces duerme en los parques públicos cuando mayo se acerca, para ver a las flores nacer. Él lo sabe, ellas también, es su secreto, eso le hace feliz. Todo es liviano cuando hace calor y huele a nacimiento. Ricardo entonces se convierte en infante, retoza entre los almendros, corre descalzo por el césped recien cortado. Ricardo recuerda. Llora Ricardo. Que no vuelvan. Que desaparezcan.

La noche es para llenarse de luna, para subir a una colina y compartir silencios con las retamas y con las malvas. Él lo sabe. Ellas siempre lo han sabido. No hay secretos. Todo adquiere sentido de repente. Acuna la luna los finos cabellos de Ricardo-niño, dormido desnudo en el césped del Ayuntamiento. Están ahí. Han vuelto. Esta vez es para siempre, Ricardo.

Convulso enfermo en silla de ruedas con una hermosa camisa de fuerza. Las pústulas por fin cicatrizan. Ricardo babea en una esquina y no se ha enterado que el verano está a punto de comenzar. Florecen las amapolas. Ricardo no llora. Olvida Ricardo.

Han vuelto para quedarse. Y a nadie le interesan tus secretos.

No hay comentarios: