RETRATOS

I

Marianela baila al son de la luz que más calienta. El Sol no llega a su ventana, no me preguntes por qué. Soñar con unas vacaciones en el mar. Seduce al panadero, le gusta la foto que tiene del gato en la repisa del coñac, al lado de la cafetera.

Marianela tropieza cada vez que se clava una mirada en su pálida nuca, mirada propia o ajena, eso da lo mismo. Un planeta a su medida estaría hecho de sol fresco, pasta al pesto y un mar tranquilo, sonrisas, abrazos y líneas horizontales. Sería mejor que tener que sonreir al señor policía, al dueño del piso o a cualquier otro (u otra) falócrata para proteger una dignidad adoptada a la que educa como al bebe que aparece a la puerta de un convento: una pesada carga que a veces puede resultar hasta simpática. Marianela no quiere levantarse de la cama. Asaltaría las tiendas de chucherías, robaría un par de violines y se marcharía al desierto a tocarse los pies trescientos sesenta y cinco días al año. Pero hace hambre, tiene frío. Muere por un cacho de manta después de la cena.

Marianela guarda un pasamontañas negro en la cómoda de las fajas y los pantys. Lo tiene decidido. Se lleva al gato del panadero por las buenas o por las malas. Eso sí, se cuidará bien de no olvidar la foto de su dueño al que colocará en la repisa de la sala, junto al anís del mono, que las buenas costumbres no han de perderse, digo yo.

II

Estrella, marea baja tenemos hoy. Mira al cielo, descubre tocayas de colores que le quiñan los ojos desde ahí arriba. Mierda! es un avión. En fin, no son tiempos para el romanticismo, Estrellita. Mar, orilla. Estrella estrena chal de lana y se lo enseña al firmamento, que también parece resplandecer con un brillo diferente, como si también estuviese de estreno. Estrella conoce, y el paso del tiempo le da la razón. Los barquitos nunca naufragaron, están podridos, esperando una mano de pintura o la muerte definitiva. El caso es que a los guiris les gustan los mohos de los barcos de su playa, combinan de lujo con el ocre del cielo y el azul de sus caras congeladas.
Estrella, noche de luna, lana de mar. Estrella con arrugas se amarga viendo los neones recién estrenados de su pueblo y de su cuerpo. "Esta no soy yo", piensa, desconsolada, "esta ya no es mi tierra". Un restaurante de comida típica pringa de aceite la brisa marina, chapapote con alas que atiza con saña al paseante, navegante o tunante que se preste a transitar por un paseo marítimo que ya no es lo que fue.
Estrella ve su vida pasar y desde la ventana de su casa lo único que puede ver es una urbanización nueva en primera línea de playa. Estrella de segunda línea se queda sin horizonte en su cocina, pero sale a buscarlo siempre que tiene ocasión. Luz de faro ilumina superficies acuáticas allá, en los límites de lo visible y lo soñado. Estrella ya no recuerda si se fue o se lo llevaron con las piernas por delante, de hecho ni siquiera sabe si llegó a verlo muerto alguna vez.
Estrella no espera que nadie vuelva a darle una semilla desde el fondo del mar; escucha una melodía dormida que resuena en cada ola que rompe en la orilla de su playa. Ecos de un bolero meloso, gemido gozoso, un chiste tonto y algún que otro abrazo furtivo. Un silencio atronador que habla de eternidades no abarcables. Estrella no le habla al mal de derrota, porque sabe de sobra que las olas no cantan esa canción. Estrella sonríe a los moluscos y a la sal de las rocas, y entonando una melodía recien estrenada emprende el camino de vuelta a su hogar; tierra y alma mezcladas en una trinchera de segunda línea de playa.

1 comentario:

lamanganomada dijo...

Estrellita..
me voy contigo..
con los moluscos
las estrellas de mar
y las algas ondeando en el mar...
será que este medio es más tranquilo???
qui´za..
pero somos de tierra no??
ay...
qué estremecimientos con tu lectura