RETRATOS II

I

Ana, manzana. Ana, soy Ana, los chicos de la calle vienen a jugar con Ana.

Ana, bluyins prietitos, camisa verde pistacho con hombreras kilométricas. Ana con bambas blancas y permanente con mechas. Ana con pecas del color de sus ojos. Príncipes de todos los colores se plantan en su puerta esperando una cita con Anita, la manzana previo pago del Edén maldito. Adanes del nuevo milenio con complejo de soldados caídos la toman con los hombros reutilizables de Anita la fantástica. Se clavan un par de cruces en su monte del olvido a fin de mes, cuando el presupuesto languidece y las ganas de besar emigran a países lejanos.

Ana, dulce paquete de klinex compartido. Ana, palangana de toallas inmundas que nunca llegan a pudrirse del todo. En el fondo de su alma pecaminosa, Ana guarda una bruja piruja con rabia desinfectante que le aleja de los malos muy malos.

Mira el blanco de las paredes de su casa y encuentra manchas con forma de bichos demoniacos, monstruos perseguidores, fantasmas violadores, ladrones de historias,depredadores con cara de gato, gatos con cara de sueño, sueños con cara de tonto. Ana se come una pera a mordiscos a la hora de la merienda, con un paño sobre las piernas para no mancharse. Mira los anuncios y no piensa. Suena el teléfono. No responde. A veces nada importa. A veces el mundo se detiene cuando una pera de agua se cruza en el momento apropiado. Ana coge pico y pala. Se pone un buzo blanco y pañuelo en su cabello permanentado y con mechas, gafas de plástico y guantes. Ana desgarra una pared blanca llena de espectros a mazazo limpio.
El sudor cae sobre su sien, observando la sangre manar de sus cadáveres exquisitos convertidos en polvo de arcilla. Ana aprieta los dientes, apunta y machaca a un malo con gafas de aviador. Golpe seco y cae en mil pedazos sobre el parqué. Suena el teléfono de nuevo. Un avión travieso lanza un misil sobre él, que lo reduce en el acto a un montón de metal y plástico, una población de piecitas bajo la mesa camilla en busca de refugio. Ana ríe a carcajadas, descubre una viga maestra con cara de hada madrina y le perdona la vida por hoy. Se desnuda, se ducha y se pone su vestido de lentejuelas rojas y verdes. Tacones kilométricos, abrigo negro. Ana guardiana sale a la calle a buscar a alguien a quien rescatar. Con cara de pera de agua dirige su mirada y dispara al objetivo preciso. Sus balas acribillan al moreno trajeado del Ford Escort.
 - Te prometo el infinito y parte del extranjero si vienes conmigo, encanto.
La víctima cae de inmediato en sus brazos al borde del desmayo.
- Todavía no mueras, forastero. Son diez mil. Por adelantado.

 II

Luis habla con sus muertos. Prepara el almuerzo con rictus amargo, pensando en los sandwichs de chopped de su difunta madre. El demonio le muerde las orejas a la hora de la siesta, justo antes del programa de cotilleos. Le confunden las tetas de las chicuelas del yogur desnatado; tanta carne al fresco para anunciar toda la gama de artículos para elevarse por los aires cual gracil cervatillo; tanta lujuria para disolver la grasa acumulada de detrás del sofa.

Luis no comprende. Se la casca sólo con los anuncios de productos bajos en calorías. Cuando baja el calor, se le levanta el ánimo. Paradojas de la vida, Luis.

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